‘Cinco lobitos’, un viaje de ida y vuelta
Entrevista al director de fotografía Jon D. Domínguez AEC
Autora: Carmen V. Albert
Amaia acaba de ser madre y se da cuenta de que no sabe muy bien cómo serlo. Al ausentarse su pareja por trabajo unas semanas, decide volver a casa de sus padres, en un bonito pueblo costero del País Vasco y así compartir la responsabilidad de cuidar a su bebé. Lo que no sabe Amaia es que, aunque ahora sea madre, no dejará de ser hija.
Alauda Ruiz de Azúa en el rodaje. Foto fija de Nicolás Jorge de Assas
Cinco Lobitos cuenta la historia de Amaia (Laia Costa), una ‘expat’ vasca en Madrid, que acaba de ser madre. Su pareja, que trabaja como técnico de iluminación, se ausenta cada vez que tiene un bolo y ella sola se ve incapaz de atender a su bebé y seguir con su trabajo como traductora. Al borde de la desesperación, no ve otra salida que regresar a casa de sus padres, en un pueblo costero del País Vasco. Cuando parece que su situación se estabiliza, su madre cae enferma y es Amaia quien tendrá, sin previo aviso, que cuidar de todos. De un día para otro, una traductora treainteañera que vive en Malasaña y apenas tiene nociones de cocina, se convierte en una ama de casa de pueblo, con una pareja ausente, a cargo de un bebé, de una madre enferma y un padre dependiente de la que hasta ahora era la matriarca de la familia.
Alauda Ruiz de Azúa propone en su opera prima un viaje a la inversa de un año de duración, donde las que siempre hemos sido cuidadas nos convertimos en cuidadoras, teniendo que aprender deprisa y corriendo ‘nuestras labores’. Una historia que pone en valor el papel de las cuidadoras, esas madres que, aun siendo los muros de contención de la estructura familiar, esta sociedad patriarcal ha relegado durante décadas a un lugar en la sombra del históricamente masculino ‘cabeza de familia’.
Hablamos con el director de fotografía de la película, Jon D. Domínguez AEC, sobre su aproximación visual a esta historia escrita y dirigida por Ruiz de Azúa.
El DOP jon D. Domínguez AEC. Foto de Jota Parro
ENTREVISTA A JON D. DOMÍNGUEZ, DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA
Cinco lobitos es un proyecto mixto entre productoras de Euskadi y de Madrid y rodado en localizaciones de ambas ciudades. ¿Cómo entraste en el proyecto?
Fue Nahikari Ipiña (Sayaka) quien me habló del proyecto por primera vez. Me puso en contacto con Alauda y Manu Calvo (Encanta Films). Cuando las películas se financian entre varios territorios siempre hay que combinar equipo local de cada lugar de rodaje. Me identifico mucho con la historia, ya que yo también paso mucho tiempo en Madrid y mi familia está en Algorta, un pueblo de la costa vizcaína. Se buscó un equipo mixto entre locales de Euskadi, gente que vive en Madrid y otros que andamos a vueltas.
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De hecho, es fácil que cualquier persona de entre 30 y 50 años se sienta identificada con la historia…
Es una película sobre la maternidad y sobre esta triple relación madre-hija-nieta. Pero creo que para empatizar con la historia no hace falta ser madre o padre, ni vivir lejos de tu familia, porque son temas universales; todos somos hijos e hijas y de una forma u otra te va a tocar pasar por lo que cuenta la película.
¿Cómo fue vuestro enfoque? Hay un intimismo en la mirada que vemos en otras nuevas directoras del cine español actual…
Sí, creo que se trata de cómo aproximarse a las historias. No es que sean enfoques del todo documentales, pero sí comparten un naturalismo y una visión muy franca en la aproximación a los temas. En nuestro caso, todo parte de un guion muy trabajado, y recuerdo que Alauda me decía: “Vamos a evitar todo lo que sea muy peliculero”. Aun haciendo ficción, no queríamos manipular al espectador de forma evidente o buscar efectos, tanto de guion como de imagen; no se trataba de hacer una fotografía preciosista. Ambos hemos hecho mucha publicidad, donde nos pagan por crear efectos e imágenes que se lean muy rápido y al mismo tiempo sean bonitas. Pero en una historia como esta era importante evitar lo fácil, lo peliculero, lo efectista. El reto era darle credibilidad.
Foto fija de Nicolás Jorge de Assas
La película es un viaje emocional que transcurre durante un año, algo que apreciamos con el crecimiento de la niña. ¿Cómo marcaste el paso del tiempo a nivel fotográfico?
La idea era contar cómo Amaia se enfrenta al primer año de vida de su hija Ione de la forma más naturalista posible, acompañados por el cambio de las estaciones. No queríamos marcarlas demasiado, pero con el paso del tiempo buscábamos expresar cómo las cosas que te pasan en la vida no dependen de la estación, porque tu momento más feliz puede suceder en un clima horrible. Y al revés, la muerte de tu madre puede llegar en el verano, cuando los turistas están ocupando tu pueblo natal. Eso está en el guion, jugar a esa desconexión. Aunque lo rodamos todo en un verano, el reto era marcar las estaciones para que el buen o mal tiempo aparezca independientemente de lo que pasa en la historia, del devenir de esta familia y que Amaia se encuentre mejor o peor, que se entienda mejor con Ione o no, o asuma que la maternidad supone un esfuerzo brutal y que las tareas domésticas no van a dejar de llegar. Durante este año acompañamos al crecimiento de Ione, el aprendizaje de Amaia, y la evolución de la relación con su madre. Era importante que el paso del tiempo se marcase visualmente, cómo ellas transitan por las estaciones y, de alguna manera, todo vuelve al punto de partida. Una mañana Amaia despierta y mira el amanecer junto a Ione, como un eco de cuando su madre madrugaba y encendía su primer cigarrillo, es muy bonito cerrar la historia de esta manera, en un círculo.
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Este acento en las estaciones está muy marcado por la paleta de colores.
Sí, le prestamos mucha atención al tratamiento del color. La película cuenta una historia que agobia bastante, Amaia lo pasa muy mal y sufrimos con ella, vemos cómo le falta el aliento, llega a su límite y, justo después, cuando parece que está cogiendo el ritmo, su madre se pone enferma. Alauda no quería que esta película fuera un dramón, ni que resultase peliculera, donde se vean las costuras o manipulemos al espectador. Quería que hubiera momentos alegres, y hasta puntos de humor, como en la vida misma. Por eso, evitamos una luz cruda o triste. Jugamos a enfatizar la paleta de cada estación y también que fuese más evidente el contraste entre Madrid y Euskadi. En Madrid, la paleta de colores era un poco más pop, con colores más artificiales en los objetos de la casa. Partíamos de habitaciones blancas o neutras en la casa, en la que metíamos elementos de color que destacasen, tratando de no saturar todo junto, sino por objetos. En cambio, en Euskadi es todo más clásico: maderas y tejidos más sobrios y materiales más tradicionales, al estilo de lo que podría haber en la casa de tus padres o tus abuelos. Marrones, malvas, el azul marino se utiliza mucho en la ropa, las camisas de cuadros del padre… Se prestó mucha atención a la bata de la madre, a que ese color granate fuese muy reconocible, porque es un objeto que va a ser muy importante para la memoria de Amaia. Además, en todas las ventanas de la casa hay verde, hay vegetación.
Esta casa se eligió también por la distribución, que es bastante diáfana en la planta que relaciona el comedor con la cocina y el hall. Idealmente, Alauda quería ver el mar desde la casa, pero no fue posible. Pero bueno, el mar está todo lo presente que pudimos, porque es un claro contraste con Madrid. Al principio, Amaia es como una extranjera en su pueblo, pero nunca va al mar, solo al final, cuando su madre está ya muy mal y la acompañan a pasar la tarde allí.
¿Las localizaciones son de Bakio?
Los exteriores del pueblo son de Mundaka, pero la casa está en Bakio.
Otra cosa que tuvimos clara es que no queríamos efectos digitales o chromas. Se trataba de una especie de ética hacia lo que estábamos contando. Igual en otra película lo haces porque lo necesitas, pero aquí todo se basaba en creernos las localizaciones y la relación entre los personajes. De hecho, fue muy importante que, durante varios días, estuvimos en la casa, que todavía no estaba decorada, y ensayamos con los actores. Fuimos acompañados de producción y del ayudante de dirección, Martín Bustos, que es otra figura fundamental de la película. Grabamos esos ensayos para que los actores se hicieran con el espacio y para tener una guía que nos ayudara a planificar…
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Foto de rodaje en la plaza de Mundaka, por Jota Parro
Equipo técnico
Productoras: Sayaka Producciones, Encanta Films y Buenapinta Media
Dirección y guion: Alauda Ruiz de Azúa
Dirección de fotografía: Jon D. Domínguez A.E.C.
Dirección de arte: Mónica Ausin Seoane
Montaje: Andrés Gil
Colorista: Paula Ruiz
Ficha Técnica
Cámara: Arri Alexa Mini
Ópticas: Zeiss Standard Prime T 2.1, Zeiss Super Speed T 1.3
Relación de aspecto: 1:85,1