Mimosas
Un western espiritual en los valles del Atlas
Autor: Daniel Hernández
Mauro Herce es uno de esos cineastas polifacéticos. Estudió Ingeniería y Bellas Artes en Barcelona antes de migrar a Cuba y terminar sus estudios en la escuela de cine de San Antonio de los Baños. Desde entonces, ha dirigido la fotografía de más de una veintena de largometrajes. Además, ha ejercido de guionista y productor, y hace poco se atrevió a dirigir su primer largometraje, Dead Slow Ahead (2016) una obra que desafía todo tipo de clasificaciones y que ha ganado galardones como el Premio Especial del Jurado en Locarno, o el Premio Feroz al Mejor Documental Español del 2016. En Mimosas acompaña la peculiar visión de Laxe con una fotografía impactante aunque discreta.
En la entrevista que Mauro nos concedió para el último número de Cameraman, que puedes leer al completo aquí, el operador nos hablaba sobre cómo plantearon todos esos espacios exteriores, tan ricos y que tanto se diferencian de la idea que muchos tenemos de Marruecos como un país con paisajes áridos y luz muy cálida: «La idea era, como bien dices, alejarnos de estereotipos. Por un lado, huir de otros referentes conocidos y, por el otro, evitar que la belleza de esos paisajes fuese demasiado explícita y directa, arrebatando fuerza a la historia, o distrayendo del viaje de sus personajes.
Por decirlo de un modo simple, pretendíamos alejarnos de la postal y del tipo de imágenes que todo el mundo asocia con esa parte del mundo. Queríamos que la belleza se percibiese de una forma más indirecta, algo que está siempre presente, pero sin darnos cuenta. Es algo que Pasolini, por ejemplo, hace muy bien. Todo es bello en su cine: los rostros, los objetos, el vestuario, las ruinas… pero él nunca filmaría un plano sin personajes, sólo para mostrarte lo bello que es el lugar. La belleza está ahí, siempre, y no es necesario subrayarla. Diría que incluso conviene dosificarla, para que siempre tengamos ganas de más.
Por otro lado, todo el norte de África es una maravilla, lleno de paisajes diferentes y exuberantes. Yo he ido a Marruecos muchas veces pero Oliver, que lleva muchos años viviendo allí, me muestra rincones nuevos cada vez que voy. A la vez, teníamos que ser prácticos y prescindir de muchos de esos lugares maravillosos a los que no podíamos llegar. Antes incluso de ir por primera vez a localizar, Oliver ya me había enseñado un montón de sitios increíbles que no conocía, pero que quedaban muy apartados los unos de los otros y claro, por cuestiones de producción, en un rodaje que en principio iba a durar de siete a ocho semanas, pues resultaba imposible.»
Herce nos contó también que el tiempo inicial previsto para el rodaje se redujo finalmente, y de cómo esto influyó en la película: «Fui a localizar por primera vez con Oliver durante unos quince días, y todavía nos gustaban demasiados sitios, que estaban, además, demasiado separados para las semanas de trabajo que en principio íbamos a tener. Así que decidimos restringir bastante el radio de acción.
Luego nos enteramos de que en vez de ocho semanas de rodaje tendríamos cinco, y que tampoco dispondríamos del presupuesto que pensábamos, sino la mitad. Así que cuando bajé por segunda vez a localizar, dos meses más tarde, redujimos aún más el número de lugares.
Sin embargo esa noticia, muy cerca ya de la fecha de comienzo del rodaje, condicionó bastante el resto de la preproducción y el rodaje y a partir de ahí, ya nunca pudimos volver a tener tiempo para pensar con calma. Tuvimos que ir resolviendo sobre la marcha, y aún en la filmación, seguimos reescribiendo parte del film, condensando partes y reduciendo personajes o escenas».
«Esto ocurre en mayor o menor medida en prácticamente todas las producciones, aunque aquí sí fue bastante drástico. En nuestro caso, por suerte, buena parte del equipo venía de un tipo de cine algo más desapegado del guión, con metodologías bastante particulares, donde el proceso está un poco más vivo, tanto en el rodaje como en el montaje.
Esta película era, en ese sentido, un poco híbrida. Por un lado, había un guión muy escrito y muy desarrollado que se supone íbamos a ejecutar casi al pie de la letra. Pero por otro lado, teníamos todos estos problemas logísticos y de producción que nos obligaban a reinventarnos un poco todos los días, y trabajar de ese otro modo que también nos gusta tanto a Oliver como a mí, pero que en un equipo grande es más difícil de llevar a cabo, porque provoca algo de desorden e inquietud. De todos modos, no teníamos elección.»
Mauro Herce y Oliver Laxe nunca habían trabajado antes, Laxe como director y Herce como fotógrafo, pero sí como parte de un equipo de una producción: «Coincidimos en un película llamada O quinto evanxeo de Gaspar Hauser (El quinto evangelio de Gaspar Hauser, Alberto Gracia, 2013), en la que él y su hermano se encargaban de la producción. Fue una película entre amigos que hicimos en pocos días y en la que teníamos bastante libertad para experimentar y probar cosas. Aparte de eso, ya nos conocíamos de la Filmoteca de Barcelona, a la que ambos íbamos mucho, y también tenemos muchos amigos en común de esta pequeña rama del cine español, que afortunadamente está resurgiendo estos últimos años, algo que me alegra mucho.
Porque, por un lado, estamos un poco aislados dentro de la industria del cine, pero luego resulta que son las películas que van a los mejores festivales, ganan premios y recorren medio mundo. Estas películas ‘alternativas’, como se dice, acaban teniendo bastante más proyección, sobre todo internacionalmente, que la mayoría de las del cine comercial patrio que aparte de verse sólo localmente, también se olvidan pronto.»
Lee al completo esta entrevista en el último número de Cameraman.