Toro
Barroquismo y saturación del color
Toro es un thriller de acción que transcurre durante 48 frenéticas horas. Dos hermanos se reencuentran después de cinco años. Uno ha estado en la cárcel. El otro ha robado a un peligroso perista y ahora huye junto a Diana, su hija pequeña. Los tres emprenden un viaje por una Andalucía violenta, mítica, agreste y salvaje. Un viaje en el que aparecen las viejas heridas del pasado y en el que los hermanos se ven obligados a reconciliarse para salvar la vida.
Os ofrecemos un extracto de la entrevista que Sergio F. Pinilla realiza en el último número de Cameraman a Kike Maíllo y Arnau Valls, director y DoP de Toro, una película que parte del barroquismo, de la intensidad dramática del claroscuro, para llegados a un punto explotar en la saturación del color. Como en Eva, la película que revolucionó la manera de hacer sci-fi en España, Kike Maíllo no quería quedarse a medio camino en Toro a la hora de hacer thriller, y por eso apostó por la estilización extrema y por una narrativa que funde lo atávico con lo más folclórico de la naturaleza humana.
Háblame un poco del proceso de producción y financiación por el que ha pasado la película.
A finales del 2012, Fernando Navarro (guionista de Anacleto: Agente secreto) y yo nos conocimos y decidimos hacer una película juntos. Fernando es un tipo al que le gusta el thriller y el terror y yo quería hacer una película de corte más directo que Eva, en el sentido de que la pulsión dramática fuese rotunda y clara, y ¿qué más cinemático que una huida protagonizada por un personaje como Toro?
La película empieza a cristalizar cuando prácticamente sin guión les explicamos a Mario Casas y Luis Tosar, en febrero del 2013, cómo van a ser sus personajes: ellos nos demuestran su interés para involucrarse en el proyecto y, en enero del 2014, ya con la primera versión del guión terminada, nos dicen que sí. Es entonces cuando Atresmedia, de la mano de este casting, entra en la producción, y desde aquí nos resulta más fácil completar las otras piezas del rompecabezas de la financiación, con Apache capitaneando todas las negociaciones de la mano de Enrique López Lavigne.
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Aunque está ambientada enteramente en el Sur, la película también se rodó en Galicia…
Andalucía entró en la producción de una forma natural, ya que tanto Fernando Navarro como Rafael Cobos (coguionista de la película y autor del libreto de La isla mínima) son andaluces ambos. Por eso nuestra película, que se ambientaba en una zona turística del litoral, se localizó en la Costa del Sol. Además, Luis Tosar quiso entrar también como productor de la película, y por eso Galicia está también presente, tanto en la financiación como de enclave para el rodaje.
¿Qué tipo de localización buscabais?
Las localizaciones tenían que servir como telón de fondo del off del turismo: existen una especie de bajos fondos en los que la gente trabaja una vez que la temporada turística ha terminado. Buscábamos zonas recreativas fuera de temporada, hoteles en desuso, restaurantes semivacíos. Se trataba de encontrar localizaciones desocupadas para ese momento de octubre en el que las playas están desiertas, los turistas han vuelto a casa, y lo que se está haciendo es el recuento de la temporada. A nivel más concreto, me interesaba mucho dar con el edificio central de la película, el hotel que habita Romano y su “familia”; por eso, durante la fase de escritura del guión nos bajamos a la Costa del Sol, tratando de encontrar ese tipo de construcción un poco decadente que proliferó durante el primer boom turístico en España tras la Posguerra, en los años sesenta, y que dio lugar a cierta arquitectura desarrollista en algunas zonas del Levante, de Cataluña y del Sur de España, donde se levantaron este tipo de torres, como la que encontramos en Torremolinos, justo al lado del Museo.
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¿Qué tipo de película le planteaste a tu director de fotografía habitual, Arnau Valls, a nivel fotográfico y lumínico?
Partíamos del barroquismo, del claroscuro y de la intensidad dramática de esa época (la Semana Santa, tal y como la comprendemos, nace en el Siglo XVII), pero aún así teníamos la sensación de que había que apostar, que nos teníamos que equivocar, abandonando nuestra zona de confort. Llegó un momento en este proceso de asimilación durante el cual decidimos apostar por la saturación de color, huyendo del naturalismo y del costumbrismo al que nos tienen acostumbrados las películas de quinquis de los 80, la comedia, o incluso el thriller: en este sentido, La isla mínima y las películas en general de Alberto Rodríguez, de una calidad indudable, son un ejercicio absoluto de naturalismo, tanto en la construcción de personajes como respecto al estilo. El público se siente cómodo con este tipo de propuestas, pero nosotros, como demostramos en Eva, no queríamos transitar por territorios antes explorados, y por eso optamos por hacer una película de cine negro que apostase por el color y por una cierta teatralización de la ficción. Había que estar dos puntos por encima en cuanto a la estilización, en lo relativo a la caracterización, al diseño artístico y a nuestra apuesta de luz y de color. Verdes, amarillos, rojos, azules se saturan en la escena buscando cierta sofisticación. La estética barroca, tan desmesurada y trágica, se complementa con ello.
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Foto portada destacados home: ©JulioVergne
Foto portada home: ©MarinoScandurra